Un culto heterodoxo en torno a San Pedro Apóstol en Torrejoncillo

La ermita de San Pedro está situada a unos cinco kilómetros de la población, sobre un cotorro desde el que se divisa una extensa dehesa de encinas, conocida como Dehesa de San Pedro. A sus pies se encuentran las llamadas Fuente de San Pedro y Laguna de San Pedro, y, un poco más alejado, corre el arroyo de "La Fresnedosa", casi seco en verano, en el que sobresale el Charco de San Pedro frente a la misma ermita del santo. Por estos parajes, dice una tradición local, vivió el apóstol cuando estuvo en la tierra y en este arroyo pescaba "milagrosamente" tencas y carpas en cantidad suficiente para alimentar a cuantos a él acudían. Entonces, cuenta la leyenda, jamás se secaba el arroyo.


A poco menos de un kilómetro de esta ermita se levanta un pequeño oratorio, ya en término de otro pueblo, Portaje, limítrofe a Torrejoncillo, en honor de Santa María del Casar, patrona de la localidad y santa igualmente mítica. Su fama de milagrera no la libró de ser pasto. de las llamas hace unos años. La ermita se restauró y la santa hubo de ser reemplazada por una imagen de escayola de ningún valor artístico. El San Pedro Apóstol torrejoncillano, por la razón de "estar ya vieju", sufrió un cambio semejante: la talla de madera se sustituyó, no sin cierta oposición de algunos sectores del pueblo, por una imagen seriada de yeso. "El otru San Pedru eh el nuehtru, qu' ehti no vali pa na", se oye en boca de algunas personas. Hay quien lo llama "San Pedru el sordu", oponiéndolo al "otru San Pedru", que escuchaba mejor las súplicas.



El San Pedro Apóstol no es solamente en Torrejoncillo el patrono de los pescadores (hay en el pueblo un número muy elevado de ellos), sino que es sobre todo un santo protector de la naturaleza en general. A él se recurre mediante fórmulas tanto religiosas como mágicas en solicitud de la lluvia que haga germinar las plantas y posibilite la vida en todas sus dimensiones. Este San Pedro es el heredero del dios hacedor de la lluvia y a su única voluntad corresponde abrir las compuertas del cielo para que ésta caiga a raudales.



Desde los primeros momentos el hombre se esfuerza por conseguir el dominio de los fenómenos naturales y para ello se sirve de una serie de procedimientos mágicos. Sólo cuando las prácticas mágicas fallan y el hombre se da cuenta de su impotencia para dirigir la marcha de la naturaleza, al tiempo que comienza a creer en seres sobrenaturales (no espíritus), se ve en la necesidad de buscar en la religión, con todo su bagaje de ritos, ofrendas, oraciones..., la forma de agradar a esas divinidades que gobiernan para que actúen en favor suyo. Mas no por ello olvidará ciertas costumbres mágicas a las que se aferrará y a las que recurrirá en el momento que considere preciso. Esta mezcolanza mágico-religiosa no exenta, en ocasiones, de un ritual con tintes vengativos es la que encontramos en el complejo cultual de San Pedro Apóstol, en Torrejoncillo.



Cuando la sequía más pertinaz asola los campos extremeños, el campesino cifra todas sus esperanzas en "sus" vírgenes y santos protectores, y demanda de ellos la solución. Procesiones de penitentes, novenarios, rogativas y todo tipo de manifestaciones religiosas se suceden en los campos de la provincia de Cáceres. Algunas imágenes gozan de una ganada fama en lo que a traer el agua se refiere: el Cristo de los Remedios, de Ahigal, y el de la Victoria, de Serradilla; la Virgen del Encinar, de Ceclavín, y la de la Montaña, de Cáceres; San Pedro Celestino, de Villamiel; San Gregorio, de Brozas, y, por supuesto, San Pedro Apóstol, de Torrejoncillo.



En estos casos extremos San Pedro es traído desde Su ermita a la iglesia parroquial de San Andrés. Todo el pueblo se desplaza para el acontecimiento religioso. La imagen es transportada a hombros de sus devotos, muchos de los cuales caminan descalzos. En el trayecto se entonan estas canciones de rogativa: 



Señol San Pedru benditu, 
el de lah llavih doradah, 
abril lah puertah del cielu, 
que salga triunfandu el agua.



Aunqui San Pedru no llueva 
loh triguh s'han de crial, 
que tamién crió el Señol 
loh pecih en el jaral.



Esa fuenti que tenéih 
al lau de vuehtra ermita 
jacel-la una nubi d' agua, 
qu'el campu la necesita.


San Pedru jué pehcaol 

y aluegu jue marineru 
y agora tieni lah llavih 
d' abril y cerral el cielu.


Beninu, sacru llaveru 

de lah celehtialih puertah, 
abril-la a loh devotuh 
que la tu piedá impetran.



¿Qu'es aquellu que relumbra 
en aquel campu floríu? 
Eh el apohtul San Pedru 
que va regandu loh triguh.



Durante los días que siguen tendrá lugar la novena al santo apóstol, muy concurrida, en la que entre las preces propias del caso se intercalan siempre los ya señalados cantos de rogativa. Puede ser que en estos nueve días la lluvia haga su aparición, lo que siempre se atribuye a un milagro del Santo, pero también puede ocurrir que San Pedro, por "culpa de loh jombrih que semuh mu maluh", no se digne abrir "lah puertah del cielu". Ocurra lo que ocurra, finalizada la novena, el Santo es devuelto a la ermita por un número de personas menor que el que acompañó su venida. Si en este plazo llovió, al traslado se sumarán ((loh agraecíuh de verdá y loh que no tien otra cualquiera cosina pa entretenelsi". Pero si no llueve, ademas de los ociosos, que estos nunca fallan, acompañarán la vuelta del santo un grupo de, torrejoncillanos dispuestos a "jacel qu' el nuehtru. apóhtul moh traiga el agua quiera o no quiera". 



En el último de los casos los portadores pierden el respeto a la imagen. Se le niegan los cantos religiosos e, incluso, ha habido ocasiones en las que las cruces y los estandartes procesionales no se sacaron para el acompañamiento. La marcha, ya que "el día enteritu lo tenemuh perdiu de tos môh", es más bien lenta. Las paradas son continuas y en ellas aprovechan los peregrinos para lanzarle al santo todo tipo de imprecaciones. Hacen que la imagen se detenga frente al arroyo de "La Fresnedosa", totalmente seco. En el "Dehcansaeru", especie de altar a mitad de camino entre la ermita y el pueblo, colocan al santo "pa asín poel tomal un rehpirinu". Aquí giran una y otra vez la imagen sobre su base para que "San Pedru vea con loh suh propiuh ojuh" los campos resequinados y los animales que por allí andan sin nada que puedan llevarse a la boca. y algunas madres, que hasta aquí trajeron a sus hijos en el regazo, los levantan hasta la altura de la cabeza del santo, ya que es necesario "jacel-li vel que si no moh manda lah nubih pol nusotruh que semuh mu pecaorih y que no moh merecemuh ná de ná de ná..., que pol-lo menuh moh mandi p' acá l' agua pol-loh niñuh, qu' entovía no han jechu pecauh y no eh menehtel que paguin juhtuh pol-loh injuhtuh".



Pero no termina todo con las imprecaciones ni con la muestra al santo del cúmulo de desgracias que el pueblo ha de sufrir "por culpa de no querel abril lah compuertah de p'allí arriba". Es necesario darle a San Pedro "ondi le duela bien dolíu" y de ello saben un rato largo los torrejoncillanos. Antes de reanudar la marcha desde el "Dehcansaeru", alguien, que ya lo lleva preparado al efecto, cuelga al brazo del santo un canastillo repleto de peces, al tiempo que en la boca entreabierta que presenta la talla le introducen una sardina o un pez bien salado. De esta manera San Pedro Apóstol llega a su ermita. En días sucesivos algún que otro devoto se acercará a la ermita para cambiar la sardina o el pez que aún sostiene en la boca por otro más salado. Con el cambio de la talla, que referí más arriba, el santo se presenta ahora con la boca cerrada, por lo que el pueblo se ha visto en la necesidad de una adaptación del ritual. Así pude enterarme cómo en 1981, con motivo de la enorme sequía del año, algunas mujeres, según información que recibí del presidente de la Cofradía de San Pedro, acudían a la ermita para restregar los labios del santo con un trozo de bacalao.



Por las prácticas reseñadas podemos sacar una conclusión válida. San Pedro Apóstol, o mejor, el dios hacedor de la lluvia del que San Pedro heredó sus atributos, participa en la mente del torrejoncillano de las mismas cosas que los humanos: pasa hambre y sed, comparte momentos de su vida con una compañera, busca solucionar sus problemas como cualquiera de los mortales...Si San Pedro tiene sed no le quedará otro remedio que saciarla. y precisamente para que le entre sed están los pescados con sal que se le meten en la boca, los que van en la cesta que se le cuelga como una demostración de que sobran peces para "aperrearlo" y el bacalao que se le pasa por los labios. San Pedro para beber bajaría a la fuente que está junto a la ermita o al arroyo de "La Fresnedosa", pero en su ida y venida al pueblo lo han detenido para que viera que la fuente no mana y que el arroyo está seco. Para saciar la sed que le ha producido la sal no le quedará a San Pedro otra solución que girar sus llaves y dar rienda suelta a las aguas, con lo que su bebida implicará que la lluvia caiga sobre la tierra.



Aun con esto hay veces que la sequía no se detiene y el santo, que se caracteriza por su tozudez, se aguanta la sed que le da la sal y "no bebi con tal que nusotruh tampocu tengamuh na que bebel". Pero la paciencia del torrejoncillano alcanza un límite y, dejando aun lado "lah pamplinah y loh jalaguh", buscarán en las amenazas y malos tratos a San Pedro el que éste suelte el agua, ya que "valin mah unah poquinah de cohquillinah bien jechah que un jartón de patir nohtri y de ora por nobih". Los más decididos tomarán al santo y lo llevarán hasta la laguna que está en las proximidades de la ermita, donde le lavan la cara, hacen un simulacro de arrojarlo al agua y le dan un plazo de tres días para que llueva. Transcurridos los tres días sin que la lluvia haga su aparición, el simulacro se convierte en realidad y el santo va a parar al medio de la laguna.



No existe duda que esta costumbre de arrojar a San Pedro Apóstol al agua constituye una especie de conjuro para atraer la lluvia, cuyos orígenes habría que buscarlos en tiempos prehistóricos. La costumbre, por otro lado, no es privativa de Torrejoncillo, puesto que por motivos idénticos van al fondo de la charca San Marcos, en Alía y en Santiago del Campo; San Blas, en Garbayuela; y San Bernabé, en Jaráiz de la Vera, donde cantan: 



"San Bernabé, 
a los tres días ha de llover; 
mas por si no llueve 
chapuzón con él." 



Ya he señalado cómo el San Pedro Apóstol de Torrejoncillo heredó los atributos del dios hacedor de las aguas y, por ello, dios de la fecundidad. Su parentesco con los "dioses de la tormenta" (dispensadores de la lluvia), que a su vez son "dioses fecundadores", como Zeus, Min, Parjanya, Indra, Haddad, Ba'al, Júpiter Dolichenus, Thôrr, Candamio (sincretizado a Júpiter) de la Hispania prerromana y otros, es bien clara. Todos estos dioses meteorológicos y,genésicos se convierten en pareja de la gran diosa ctónica, a la que fecundizan y de la que en definitiva llega a depender la fecundidad universal. Esta hierogamia, la unión dios-diosa, cielo-tierra, es algo esencial. La lluvia es el "semen" del dios de la tormenta que fecunda la tierra para que de ella surja la vida vegetal y animal. Sin hierogamia no habrá vida sobre la tierra.


Pues si, como ya he dicho, San Pedro Apóstol ocupa- el lugar del antiguo dios fecundador y de la tormenta, no es menos cierto que Santa María del Casar, que, como apunté más arriba, ocupa una ermita próxima a la de éste, ha compendiado los atributos de la gran diosa telúrica. Santa María del Casar es la "compañera" de San Pedro Apóstol. Cuentan en Torrejoncillo que ambos santos son novios y que las noches de lluvia son las que elige San Pedro para, saliendo de su ermita, ir a visitar a su pareja. El cambio meteorológico es el anuncio de la hierogamia, corresponde a la unión de la pareja divina, ya que la lluvia no es otra cosa que la fuerza fecundativa, el "semen" divino que penetra en la tierra y preludia la germinación de nuevas vidas.



Había ocasiones en que la unión de la pareja no se producía y, por consiguiente, la lluvia no caía sobre la tierra. Entonces el torrejoncillano se veía en la necesidad de excitar al cielo, que no es otro que San Pedro Apóstol (dios fecundador), y reanimar a la tierra, que no es otra que Santa María del Casar (diosa a fecundar), para que la hierogamia se llevara a efecto. Esto puede verse sobre todo en algunos hechos que se desarrollan en la romería que, en la primavera, se realiza a la ermita de San Pedro Apóstol. Tal vez la misma romería tuviera este significado, aunque no tengo pruebas que me permitan afirmarlo en este caso de Torrejoncillo. Leyes eclesiásticas hay que prohíben algo que sería común en el marco de todas las romerías, es decir, la unión de los jóvenes en el campo. Mozos y mozas se unían en primavera, cuando los campos comenzaban a brotar, creyendo que este acto, auténtica orgía, contribuiría a que las divinidades hicieran su hierogamia o, lo que es igual, se produjese la lluvia y, como consecuencia, fertilizasen los campos. 



JOSÉ MARÍA DOMÍNGUEZ MORENO

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