"El candil del ala" de Torrejoncillo

La hojalatería tradicional en Torrejoncillo alcanzó gran pujanza hasta mediados de los años 50 del siglo pasado, en los que el cambio de la actividad económica empezó a dejarse sentir en la producción manufacturera artesanal, hasta alcanzar el presente en que la actividad ya ha cesado definitivamente.

Torrejoncillo llegó a alcanzar la cifra de 17 talleres hojalateros, que asistían a los mercados de las poblaciones más cercanas con diversos productos.

Artesanos que fueron mantenedores de los usos y formas decorativas que dieron lugar a la particular técnica artesana de la hojalatería torrejoncillana.

Esta técnica es fruto de las sucesivas generaciones de artesanos que manufacturaban los diferentes artículos de hojalatería: faroles, aceiteras, cántaras, cantarillos, candiles, carburos, lámparas de petróleo.

De todos estos objetos los más destacados y los que más llaman la atención son los candiles, que por sus formas decorativas se convierten en piezas únicas en nuestra artesanía: “el candil del ala de Torrejoncillo”.

Estos candiles formaban parte del ajuar de la novia, aportación al matrimonio que se hacía juntamente con una candilera, especie de vasar con una barra horizontal salediza en la parte alta, donde cuelgan los candiles durante el día; en el centro del lado superior se alza un penacho floreado y una hoja lobulada a cada lado con un orificio por donde se fija a la pared. En su confección se utilizaban idénticas labores de artesanía y los mismos medios que para la confección de los candiles; aunque la ornamentación que presenta está más recargada y es más vistosa. Solían confeccionarse principalmente dos modelos: la candilera mayor que mide unos 35 cms. de ancho por 41 cms. de alto y 10 cms. de vasar; el otro modelo tenía la mitad de ancho y en lo demás era de forma similar.

Había tres conjuntos que respondían a las tres categorías sociales: si la novia procedía de una familia acomodada, llevaba al casarse una candilera mayor con tres candiles de ala, si la familia era de clase media, la misma candilera pero con un solo candil de ala y dos candiles pequeños, y las personas más humildes se conformaban con una candilera pequeña y dos candiles sencillos.

La riqueza de los motivos decorativos de la hojalatería torrejoncillana, con su máximo exponente en el candil del ala, tiene un origen incierto. Cuenta la tradición oral de la localidad, que estas técnicas decorativas son traídas por indianos, tanto de la propia localidad como de Ceclavín, uno de los núcleos históricos artesanales más destacados del norte de Extremadura y que ha contado hasta su extinción con maestros hojalateros de primer rango.

Algunos estudios encuentran cierta similitud entre el candil del ala y los motivos ornamentales de la civilización Inca. Si equiparamos la forma de las pantallas, que presentan un corte o perfil nada fácil, como para pensar que ha surgido de forma espontánea, y un busto tocado en casco Inca, comprobaremos que guardan un sorprendente parecido, curiosamente entre las castañetas y las plumas del casco, los colgantes y los pendientes, y los tres sectores de ambas figuras: entre el casco, el rostro y los hombros del Inca, y el semicírculo, el espacio intermedio y el terminal de la pantalla.

También hallamos semejanza con los ídolos y representaciones de los dioses de esta civilización precolombina, como con el mitológico Naylamo de la cultura Chimú representado en un tumí ceremonial;  siendo en esta representación el chucu lujoso, la misma labor de punteado, los colgantes y las dos alas de pájaro adosadas al cuerpo, la similitud que guarda con el candil del ala.

Tampoco hay que olvidar, si intentamos acercarnos a Torrejoncillo, la secuencia histórica que los mismos transmiten. La profusión de elementos decorativos vegetales (flores y hojas) y (rosáceas y puntos o botones) mantienen los modelos que remontan a las culturas indoeuropeas prerromanas, así es sabido que en esta zona se asientan pueblos de etnia celta como los vetones que introducen sus esquemas decorativas, los cuales han mantenido hasta la actualidad, encontrando reflejo en las técnicas decorativas artesanas.

Esta modalidad artesana, que atesora tan extensa riqueza en nuestro patrimonio cultural, se ha perdido. La desaparición hace varias décadas del último taller artesano hojalatero en Torrejoncillo creó un profundo hueco en una de nuestras principales señas de identidad.

Aunque, gracias al trabajo encomiable de D. Juan Díaz Méndez, artesano hojalatero afincado en Coria, pero natural de Torrejoncillo, se ha recuperado esta técnica. Sus diestras manos han devuelto a la luz las diferentes manufacturas que daban sentido a la hojalatería torrejoncillana. Hijo de D. Domingo Díaz, uno de los maestros hojalateros más afamados de la localidad, Juan Díaz trabaja con esmero y maestra sabiduría el rico repertorio de productos que transforman las láminas de hojalatas en piezas exclusivas. Todo un gusto para los sentidos que nos devuelven al arte de lo cotidiano de nuestros ancestros, a lo que no gusta llamar el Arte Sano.

Proceso de elaboración del "candil del ala"

Para su realización se utilizaba chapas de hierro estañadas (hojalata) que tiene un espesor comprendido entre 0.37 mm. Éstas eran importadas desde el País Vasco. Estas planchas ferrosas estaban recubiertas por ambas caras con una ligera capa de estaño para protegerlas de la oxidación.

En primer lugar se recortan con unas tijeras las cazoletas, siguiendo una plantilla que tiene forma de escuadra; seguidamente se marcan unos filetes (bordones) en tres filas paralelas, con refuerzo y ornato, solo en la pieza que hará de cazoleta exterior. Antiguamente esta labor, se realizaba sobre las ranuras de la bigornia bordoneadota con la piqueta, martillo de ligeramente curvado. La bigornia o cruceta se halla colocada en una burra. Nombre que se da a esta especie de taburete pro la manera de sentarse del artesano para trabajar, a modo de cabalgadura. Modernamente se hacen con una máquina de bordonear con rodillos.

También en las aristas superiores de ambas escuadras, para dar mayor solidez a los depósitos se practica un repulgo (rebordeado sencillo); antaño se hacia sobre el hierro para doblar, colapé (cola de de pez) y se remataba el doblado sobre la superficie plana de la bigornia con el auxilio de un mazo de madera, ahora este trabajo se suple con la máquina de rebordear.

Por último, una vez que se sacan con los alicates las piqueras de los ángulos de las escuadras, y después de curvar los lados sobre el cuerno cónico de la bigornia, se sueldan los extremos. Finalizada esta tarea, se recortan los hondones y se sueldan, formando así los dos recipientes.

Después de esto se va completando el candil, añadiendo los diferentes componentes: los postes , recortes de sección rectangular; en el más corto se ha efectuado por el medio una fisura estrecha desde abajo hasta algo más de la mitad; en el más largo, hacia el primer tercio, coincidiendo con el tope de la raja indicada, se suelda la romana, pieza pequeña en la que se ha hecho por un lado un repulgo y por el otro se ha recortado, formando varios triángulos contiguos, a modo de dientes de sierra; sirve de percha a la candileja, para que se pueda ir inclinando, y así aprovechar mejor el aceite que empapa la «torcía». Para mayor consistencia se rebordean los lados laterales de los postes.

Para realizar las pantallas se pliega un trozo de chapa, y aún sin recortar para evitar que se mueva y conseguir un calco perfecto, lo que supones que una quedará más marcada que la otra, mediante un punzón perfectamente afiliado se señala el dibujo de la plantilla.

Sobre este espacio se procede a realizar las diversas técnicas artesanales: labor de punteado “picao”, que se consigue dando golpes con el martillo en un punzón; con los punteros de estampar se va moldeando la hojalata, apareciendo en relieve flores, hojas, lágrimas… según el motivo grabado en el puntero; con la uña pequeña, la media y la grandes se trazan curvas, ondas, ondulaciones… como las castañetas formadas alrededor de las pantallas del modelo mayor; con los cinceles o cortafríos se marcan las líneas rectas, curvas, quebradas…; con los sacabocados se varios tamaños (compuestos por un punzón redondo y una matriz en huevo) se moldea la lata para obtener círculos abultados, llamados chochos (nombre vulgar que se da a los altramuces), también se utiliza el martillo de combar, de ahuevar, como punzón sobre el puntero hondonado. Estas labores se han obtenido trabajando encima de una superficie lisa de plomo; cuando se deformaba, después de mucho remachar, se volvía a fundir para hacer desaparecer las hendiduras dejadas.

Una vez recortadas y separadas ambas pantallas, se sueldan por el reverso a la parte superior de los Postes que se habían curvado previamente. Con un alambre y con la ayuda de unos alicates se prepara la enlazadera y el garabato. Por último se prepara una circunferencia con unas canaletas alrededor de todo el perímetro o estrías radiales en el modelo grande, hecho con la colapez, que sirve de tapadera a la candileja y se une al poste mediante un gozne.

También se prepara el atizador o despabiladera, especie de aguja plana de lata, que cuelga de la pantalla inferior de unos eslabones del mismo material. En los candiles antiguos se colocaba sólo uno, pero desde hace tiempo llevan dos, uno a cada lado, y en el modelo de mayor tamaño penden de la pantalla más alta.

Con esto se completa el candil de hojalata de Torrejoncillo, donde se ha venido trabajando desde siempre dos modelos. El más ornamentado, llamado “candil de ala” por las especies de las alas, moldeadas al igual que las pantallas, que se han soldado al poste más alto por su parte inferior; también lleva algunos adornos sobre el lateral de la cazoleta externa, y en conjunto es de tamaño algo mayor que el otro modelo, sin embargo, los dos son semejantes. El otro es más sencillo, de pantallas redondas con una única flor en el centro.

Eva Mª Quijada González
José Ignacio Albalá

(Texto recopilado de la revista "Cuadernos del Artesano" de la Asociación Extremeña para la Promoción de la Artesanía)

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