La dehesa, nuestra seña de identidad...


Por todos es bien sabido, la importancia que tiene la dehesa en nuestras vidas, en nuestro modo de vida, y es que, aunque no nos demos cuenta de ello, probablemente si no existiera este ecosistema no tendríamos manjares tan exquisitos como los cerdos ibéricos y derivados, las vacas, cabras y ovejas no podrían pastar como lo hacen en este entorno natural; no tendríamos aprovechamiento forestal y un sinfín de beneficios para el ser humano, que en la mayoría de las veces pasan desapercibidos.

Pero, ¿qué es una dehesa?... pues, se me antoja que es muy fácil definirla e identificarla, es un ecosistema creado por la mano del hombre, que parte del bosque y matorral mediterráneo y nace y se extiende como un ecosistema nuevo y bien diferenciado del anterior. Es una despensa natural donde cientos de especies viven y/o se alimentan de ella, incluido el ser humano. Guarda una gran belleza en épocas de otoño, invierno y primavera, sobre todo si las lluvias hacen acto de presencia.

En Extremadura poseemos el mayor número de hectáreas de dehesa de la Península Ibérica, concretamente más de un millón de hectáreas, o lo que es lo mismo, una tercera parte del territorio de la región.
La dehesa, está formada principalmente por la familia de los Quercus; encinas (Quercus ilex) y alcornoques (Quercus suber) y se diferencia del bosque mediterráneo en que éste, está repleto de un espesa y abundante masa de matorrales, mientras que la dehesa está limpia y cuidada de matorrales, debido a dos factores, la existencia del ganado que limpia la zona y la mano del hombre, ya que se dedica a cuidar y mantener los Quercus, aprovechando las podas para la fabricación de picón, leña, carbón… También se aprovecha el hombre de las preciadas bellotas para el ganado porcino; y del corcho de los alcornoques que suele utilizarse como aislante térmico, fabricación de tapones para las botellas de vino…

No hay nada más gratificante como dar un paseo por una de esas dehesas extremeñas que tenemos, pero sin ir más lejos, nos vamos a centrar en la de Torrejoncillo. Accederemos a ella, empezando nuestro particular paseo por el “Puente La Lancha y el “Arroyo Monrobel”, que ahora se torna cargado de agua y esplendor debido a las últimas lluvias. Miramos a nuestra izquierda y el arroyo forma pequeñas cascadas y corrientes que aparecen y desaparecen entre las zarzas que se encuentran a su paso. Avanzamos y tenemos a nuestro alrededor largas paredes de pizarras impasibles al paso del tiempo que delimitan los huertos de los vecinos. Continuaremos paralelos a la carretera durante unos metros hasta adentrarnos debajo del puente para acceder al camino que nos llevará a la dehesa.

El camino se vuelve lleno de peñas, retamas, cantueso y alguna que otra encina que nos da sombra en los días más calurosos. Huele a naturaleza, a Semana Santa, aire puro, suenan pajarillos en las ramas de los árboles, avistamos a los vistosos rabilargos con su larga cola azulada que nos vislumbran y llama la atención. Las mirlas revolotean y hacen acto de presencia. Ya queda poco para adentramos en el corazón de la dehesa, ya se va notando la vegetación, la primavera se acerca, vemos las primeras escobas amarillas empezando a florecer, el “pan y quesillo” (Diplotaxis) amarillea los campos, las retamas quieren empezar también a florecer, se ven algunas florecillas de azafrán serrano y las majestuosas encinas que empiezan a abundar, centenarias, impasibles, imborrables...; seña de identidad de nuestras dehesas.

Ya estamos en la dehesa, y nada más entrar observamos el cartel “Población micorrizada”  que tenemos  a nuestra izquierda y en la que además de encinas, encontramos algún que otro alcornoque, con corcho bornizo, por no haberse realizado aún la saca, bien por no tener el grosor adecuado o bien por no poder hacerlo por la forma del tronco que presentan algunos de ellos.

Seguimos nuestro camino paralelos a la alambrada de la población micorrizada y ya empezamos a observar nuevas especies como el torvisco y alguna que otra ceborrincha o futura “jacha”, además de las habituales encinas, retamas y cantueso o tomillo; continuamos y ante nuestros ojos aparece la “Laguna de Valle Muerto”, en la que alguna que otra vez y como no, hoy también vemos dos parejas de patos (Ánades Reales) que se pasean por las aguas de esta hermosa laguna.

Hoy no es el caso, pero es frecuente ver al Cormorán Grande, Garceta Común, Garza Real, Gaviota Blanca, Cigüeñuela, Andarríos, Lavandera Blanca, Avefría o Aguanieves… todo un elenco de avifauna que tenemos a escasos metros de la localidad.

En los cielos de nuestra dehesa es frecuente avistar a Milanos Reales, en menos ocasiones, pero también presentes rapaces de la talla del Buitre Leonado, Alimoche, Águila Calzada, Águila Perdicera que alguna que otra vez se pasan por esta despensa en busca de alimento cuando este flojea en su hábitat natural (roquedos o bosque y matorral mediterráneo, según corresponda). También hay que destacar otras aves de menor tamaño, pero que también es frecuente observar, como son Abejarucos, Hurracas, Rabilargos, Lavanderas, Cogutas o Cogujadas, Mirlas, Carboneros, Palomas, Perdices, Codornices

Nos habíamos quedado en la laguna, pero este no es nuestro destino, debemos continuar adelante y empezaremos a ver a nuestra derecha una reciente repoblación que a duras penas intenta continuar adelante y que de aquí a unos cuantos años, hará o debería dar una floreciente masa de encinas. A nuestra izquierda tenemos delimitado por unas alambradas el campo de tiro al plato y justo detrás, “La pedrera”, lugar donde hasta hace unos años se extraían lanchas de nuestra característica pizarra y que hoy presenta un estado no muy bueno.

Avanzamos ante un verdor más típico de la zona norte de la Península, que de donde estamos, y es que las abundantes lluvias han dejado verdaderas y  hermosas postales de verdes pastizales.
Ya nos alcanza la vista, para observar uno de nuestros tesoros más importantes, al menos para mí lo es, se trata nuestro “Torreón”, ahí solitario, erigido en un pequeño alto de un cerro, impasible, duradero y apreciado por unos cuantos. Pero antes de llegar al Torreón, que se encuentra a la izquierda del camino, tenemos en frente y un poco más cercana a nosotros, la “Casa del Vaquero”, construcción más moderna y abandonada a su suerte, que en su día fue el refugio del cuidador del ganado de la dehesa y que hoy, como decía, esta allí, abandonada, descuidada y por si fuera poco, hace unos meses saqueada, le faltan las viejas ventanas y las puertas de chapa oxidadas.

Ante la puerta de la casa es posible ver parte de las piedras de pizarra y granito que formaban los muros del torreón y que ante el desuso del mismo, las gentes del lugar les dieron otras utilidades y las transportaron hasta este y otros lugares.

Dejamos la casa y nos dirigimos hasta el torreón, para allí, parar un rato y tener unas maravillosas vistas, a un lado, del "Embalse de Santa María", la cola y los troncos de las viejas encinas erigidas en el agua que llaman nuestra atención; a otro, del "Castillo de Marmionda" de Portezuelo, que también impasible, se mantiene en pie a lo largo de los años; un poco más cercano vemos la zona de arriba de Torrejoncillo y las vacas pastar a sus anchas; seguimos nuestro recorrido visual de 360º y veremos la “Casa del Vaquero” y la nueva repoblación, para continuar girando y viendo una espesa dehesa con Portaje de fondo y la torre de Santa María a lo lejos.

Nos sentaremos aquí, en este lugar a reflexionar y disfrutar del sitio, de la naturaleza, dejaremos nuestros sentidos volar a su antojo, oír a los pajarillos, ver al milano merodear por la zona en busca de algo de comida; una partida de aguanieves se posan en los verdes campos, las vacas pastando libremente como dueñas y señoras de la dehesa…, es sin duda un placer poder disfrutar a diario de este paisaje, de esta postal, de estas vistas, de esta naturaleza viva y pura.

Después de la parada, regresaremos a casa, pero no lo haremos por el mismo camino, no, no, que va, esta vez iremos por el corazón de la dehesa para verla en toda su explosión, disfrutar de los arroyos correr,  del cántico de los pajaritos, de las majestuosas encinas y de la belleza de un campo sembrado de margaritas, pan y quesillo y de un verdor espectacular, que nos acompañara en gran parte del recorrido de vuelta a casa.

Sin duda, ha sido una gran jornada que se ha de repetir muy a menudo, porque tenemos y debemos valorar este paraíso al alcance de unos pocos, y, muy apreciado, por quien no lo tiene cercano. Así que, os animo a visitar nuestra dehesa  y a disfrutar de nuestra naturaleza.
S.R.M.

No hay comentarios: